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Hitos de la concientización ambiental
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Texto Completo
Hitos de la concientización ambiental
Por Mario Gustavo Costa*
Desgranar
con exhaustividad los
antecedentes relevantes de cómo se fue formando lo que hoy calificamos
genéricamente de conciencia ambiental supera, es obvio, las
pretensiones de
este trabajo; pretendo, apenas, hilvanar ciertos datos con dos empeños
enlazados
en este Suplemento.
El
primero, germinal, lo produjo el
añorado Maestro Mario Francisco Valls cuando desde las primeras
ediciones de
esta página publicó referencias y efemérides imprescindibles para
comprender
dicha evolución, combinando las de índole internacional con las
autóctonas. Por
cierto, no era nueva su prédica sobre la importancia de ponderar
aquellos
antecedentes como vía para la comprensión de los problemas que se
intentan
dilucidar normativamente; a lo largo de toda su carrera y en cada etapa
de su
obra nos advirtió al respecto.
Vale
como muestra de lo antedicho un
aporte suyo –una década atrás- a la discusión ambiental en el marco del
Plan Fénix,
donde aludió a sus por entonces ¡60 años! de debates con integrantes de
ese
colectivo y, por ende, “como uno
de los pocos testigos directos que quedan”
del tiempo
transcurrido. Allí, otra vez, fundamentó su postura con abono de
precisiones
históricas conectándolas con la progresión del derecho en la época
sobre la que
se lanzaba a testificar.[1]
Sirvan
estas líneas de homenaje a la
memoria del pionero de nuestro Derecho Ambiental.
Y
la posta, tomada por el colega
Serafini al coordinar una sección especializada, viene apuntando a
mostrar
aspectos poco conocidos u olvidados de ese proceso; una tarea
necesaria, habida
cuenta de lo certero que resulta el aforismo según el cual no se puede
valorar
aquello que no se conoce (para el caso, en sus orígenes). En esta
entrega
procuraré revistar algunos jalones previos a la Conferencia de Naciones
Unidas
sobre el Medio Humano (Estocolmo, junio de 1972), bisagra nítida en la
formación de la conciencia global.
A.-
Las eclosiones de posguerra
Finalizada
la Primera Guerra Mundial, el
notorio repunte de la actividad económica
acompañado por la incorporación de tecnologías cuyo desarrollo
las
necesidades bélicas habían potenciado, repercutió con fuerza en
transformaciones del entorno hasta entonces relativamente
significativas o no
advertidas. Los fenómenos de contaminación previos también se
incrementaron,
tanto como consecuencia de la intensificación de los procesos
extractivos
cuanto a través del aporte al ambiente de novedosas fuentes, en
especial
productos sintéticos sobre los que el conocimiento incipiente no
permitía
determinar su alcance lesivo.
No
cabe soslayar la resonancia que
tuvieron al respecto las experiencias de uso militar de la energía
atómica, a
punto tal que se ha señalado a la prueba de Alamogordo (Nuevo México,
16 de
julio de 1945), como fecha de inicio de la Era
Ecológica.[2]
Esa
dinámica provocó preocupaciones
encaminadas a precisar los deterioros que se notaban ostensiblemente,
así como la
elaboración de programas y normativas que los restringieran, incluso
consolidando los que la contienda había dejado en vilo. Las dos décadas
siguientes fueron delineando la tensión entre el modelo tendente al
progreso
ilimitado y los toques de alerta respecto de sus consecuencias
indeseadas. Sirva
el ejemplo de la llamada Revolución Verde
que encabezara Norman Borlaug con la aplicación intensa de agroquímicos
y el
respaldo de la Fundación Rockefeller, confrontada con los estudios
críticos que
empezaban a verificar que no todo era tan verde o sencillo como se
pregonaba.[3]
Dado
el sentido en el que confluyen
las notas de esta edición, parece adecuado iniciar la reseña propuesta
con la
ratificación por la Argentina de la Convención
de Washington para la Protección de la Flora, Fauna y Bellezas
Escénicas
Naturales de los países de América (1940), efectuada el 5 de agosto de 1946 cuando ya el joven Valls
manifestaba sus inquietudes en la Facultad de Derecho –UBA-; precedente
de
trascendencia, habida cuenta que las generalidades contenidas en la
Declaración
Universal de los Derechos Humanos (ONU 1948) no tocaron la arista
ambiental,
por más que ciertas voces intenten forzar su texto con interpretaciones
implícitas. Para la época representó un avance significativo; muchas de
sus
definiciones abrieron sendas en temáticas como la declinación de
especies por
acción antrópica, la afectación de las migraciones animales, el
deterioro de
ambientes naturales acompañado del compromiso de “mantener
las reservas de regiones vírgenes inviolables en tanto sea
factible” y un entramado de cooperación internacional novedoso.
Con
una mirada de gran amplitud desde
su condición de primer Director General de la UNESCO, Julian Huxley
promovió en
Fontainebleu, Francia, un congreso que en octubre de 1948 derivó en la
creación
de la hoy Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN,
su
denominación tuvo variaciones), organización que en el marco de las
Naciones
Unidas congrega a gobiernos, organismos internacionales, ONGs,
asociaciones
científicas y empresarias, etc. Es considerada la entidad ambiental más
avanzada del mundo y su incidencia en la adopción de varias
convenciones
internacionales, así como la creación de las hoy comunes Listas Rojas
de
especies, merecería un análisis más detallado que el aquí posible. Destácase que ya en 1949 cobijó a una
Conferencia Técnica Internacional sobre Protección de la Naturaleza
(Lake
Success, EEUU) que contó con 604 participantes.
Mario
F. Valls se apartaba de banderías
políticas a la hora de sus críticas jurídicas; ponderaba en su obra las
cláusulas tuitivas del ambiente en la Constitución Nacional de 1949
(esp. arts.
38 y 68 inc. 11), norma fundamental que muchos currículos
universitarios
soslayan a contrario de la nítida honestidad intelectual del maestro.
El
mismo año se producía la
publicación póstuma de “A Sand County
Almanac” de Aldo Leopold[4],
propulsor de la Ética de la Tierra
que definía sin medias tintas al decir “Una
cosa está bien mientras tiende a
preservar la integridad, estabilidad y la belleza de la comunidad
biótica. Está
mal, si tiende a hacer lo contrario”.
A su
prédica se debe en buena medida que años más tarde se
institucionalizara –con
matices y diferentes modalidades- el Día de la Tierra.
Siguieron
progresos científicos que fueron
posicionando a la Ecología como rama notable de la Biología; los datos
que así
afluían motivaron manifiestos de alerta cuya portavoz primaria fue
Rachel
Carson a través del famosísimo libro “Primavera
Silenciosa”.[5] Por necesaria síntesis, seleccionaré sólo una
obra más entre las que estimo trascendentes en esa etapa, eligiendo “Antes que la Naturaleza muera”, de Jean
Dorst[6],
autor que se desempeñaba en el Museo de Historia Natural de París; con
profusión de referencias acerca de la incidencia humana en el entorno
natural
desde la Prehistoria, señaló peligros y sugirió correctivos. Ambos
trabajos
formaron parte de una cohorte que trasladaba a un público mucho más
amplio el
producto de investigaciones antes reservadas al laboratorio y que,
adentradas
en profundizar la comprensión de la urdimbre de la vida en todas sus
formas,
sacaban a la luz multiplicidad de situaciones dañosas hasta para la
propia
subsistencia humana.
Una
visión simplista –frecuente- pasa
por omitir los intensos contrapuntos iniciados durante los años ’60 del
S. XX que agitaron el seno de la comunidad
científica
al abordar estas materias. En palabras de un historiador de la materia “fueron tiempos de grandes emociones en el
desarrollo de la ecología…pero de hecho la expansión generó la
fragmentación y
el debate antes que la unidad de objetivo. La ecología se dividió en
numerosas
escuelas de investigación con diferentes perspectivas teóricas, cada
una de las
cuales era crítica violenta de sus oponentes. Los naturalistas de campo
seguían
mostrándose suspicaces hacia las matemáticas, mientras que los propios
matemáticos
discrepaban entre ellos acerca de los mejores modelos que podían
utilizarse”.[7]
Y sería ingenuo no advertir que esas fisuras incidieron, e inciden, en
los
conflictos sobre la cuestión ambiental que son objeto de discusión
desde
entonces; tampoco cabe soslayar que muchos actores, interesados en
perpetuar el
estado de cosas por motivos generalmente asociados a la ventaja
económica y/o
la posición política, se han aprovechado jugando a una suerte de gattopardismo ecológico.
No
obstante, aquél auge investigativo generó un efecto ampliatorio enorme
en
la conciencia sobre la problemática del ambiente, consecuencia que para
el
mismo especialista citado desembocará en desenlaces más auspiciosos ya
que “si los ecologistas tienen la razón (como la
mayoría de nosotros sospecha), las presiones profesionales y las
empíricas se
combinarán para forzar a los científicos a tomar la dirección de las
teorías
que incorporen una actitud más responsable hacia la naturaleza”.[8]
Parecería que es lo que hoy en día se viene dando y me permito apuntar
que el
moderno aluvión de la llamada Ciencia
Ciudadana, definida como “la
participación de ciudadanos legos en proyectos científicos”[9],
implica un giro copernicano en ese ámbito.
Además,
el sacudón a los actuales modos de vida
representado por la pandemia del COVID-19 que padeceremos durante
cierto tiempo
no fácil de predecir, sugiere aventurar con cautela que esa tendencia
debería
consolidarse.[10]
B.-
Los preparativos para Estocolmo
Mediada
la década de 1960 aparecía en el horizonte,
fuere por propuestas explícitas o latentes en variados trabajos, la
necesidad
de llevar al terreno del debate internacional los problemas graves de
afectación al medio ambiente. Algunos de ellos acarreaban largos lapsos
de
discusión jurídica, más de una vez en el marco de conflictos serios
entre los
Estados. Vale, como ejemplo mayúsculo, el de la Convención
de Derecho del Mar, desde la incipiente tentativa de la
Sociedad de Naciones y la Conferencia de La Haya en 1930, pasando por
el
proyecto del Comité Jurídico Interamericano (1952) hasta la
convocatoria de las
Naciones Unidas a la Ia. Conferencia
sobre Derecho del Mar (Ginebra 1956), cuyos resultados medianamente
positivos expresados en posteriores convenciones parciales no cabe
detallarlos
aquí.
Otros
ejemplos de esa laya podemos hallarlos en la Convención
para la Regulación de la Caza de
Ballenas (Washington 1946), o la Convención
para la Protección de Humedales de Importancia Internacional
(Ramsar, Irán,
1971) impulsada por la UICN. Documentos ciertamente valiosos, pero al
mismo
tiempo demostrativos de que se adolecía de acuerdos mucho más amplios y
significativos.
Para
1968 la UNESCO iniciaba la marcha en París con
la Conferencia Internacional de Expertos
sobre Bases Científicas para el Uso Racional y Conservación de los
Recursos de
la Biosfera[11], que en
1972 culminaría con la creación del Programa
del Hombre y la Biosfera (Programa MAB).
En
el Simposio
de Naciones Unidas sobre la Desorganización del Medio (Tokio 1970),
surgieron con nitidez las controversias respecto a las causales
económicas,
estructurales o no según las diversas tesituras, del deterioro
ambiental. La
urgencia de una convocatoria global se hacía sentir entonces con mayor
rigor.
Fue
en agosto de 1970 que el Club de Roma, entidad
que se definía como “un grupo de
ciudadanos de todos los continentes, preocupado por el creciente
peligro que
representan los muchos problemas interrelacionados que encara la
Humanidad”
encabezado por el empresario italiano Aurelio Peccei, encomendó a un
equipo del
Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), desarrollar un estudio
acerca de
las tendencias e interacciones de un número
limitado de factores que amenazan a la sociedad global.[12]
Producto de esa encomienda resultó el informe Sobre los
Límites del Crecimiento[13],
centrado en el análisis de los aumentos exponenciales de la población y
la
economía mundiales, así como de numerosas variables que incidirían en
la problemática
(v. gr. recursos no renovables, creciente contaminación, etc.). Su
difusión,
así como el predicamento de quienes lo firmaban y el grupo sustentador,
tuvieron relevante incidencia en los debates de Estocolmo. Escapa al
espacio
disponible una reseña más precisa, que espero hacer en otra entrega.
Un
mojón poco conocido de esta secuencia lo
constituyó la Declaración de Menton
(Francia) que entre 1970 y 1971 apoyaron muchísimos científicos y
pensadores de
las más diversas disciplinas, proponiendo el entendimiento pacífico
universal
en armonía asimismo con el entorno. Partió del Grupo Dai
Dong, creado por el pacifista norteamericano Alfred
Hassler sobre la base de un concepto chino cuya traducción se discute
(sería
para unos “un gran mundo, una familia”,
para otros “hermano hombre”). Los
postulados de ese manifiesto han sido acogidos por diversas corrientes
de la
filosofía con cuño ambientalista, algunas muy extremas.[14]
Mientras
tanto, se realizaron una serie de
reuniones de especialistas, como el Simposio
sobre Problemas Relativos al Medio (Praga, mayo de 1971, Comisión
Económica
para Europa), o la del Grupo de Expertos
sobre el Desarrollo y el Medio (Founex, Suiza, junio de 1971),
además de
conferencias regionales en la mayoría de los continentes, convergentes
a la
reclamada necesidad.
Y
por fin el 20 de diciembre de 1971, la Asamblea
de las Naciones Unidas dictó la Resolución 2850 (XXVI Período de
Sesiones), aprobando
el programa provisional generado por el Secretario General para la 1ra. Conferencia de las Naciones Unidas sobre
el Medio Humano (CNUMH) junto a un necesario complejo de recaudos
organizativos.
En
la misma fecha se aprobó la Resolución 2849, que
formuló de modo más imperativo –o programático, según se lo vea- una
impresionante lista de directivas ambientales, entroncando por primera
vez en
la Historia a la salvaguarda ambiental con las políticas de desarrollo;
sus
considerandos anudan los antecedentes más importantes de manera
contundente y,
en mi opinión, la mera observancia de esas pautas en un grado razonable
habría
ahorrado a nuestro planeta –y a sus pasajeros, humanos o no- enormes
padecimientos.[15]
Uno
de los antecedentes nos toca de cerca a los
argentinos. Meses antes de la CNUMH, desde el exilio en Madrid, el
General Perón
lanzó su Mensaje Ambiental a los Pueblos
y Gobiernos del Mundo (21/II/1972) en el que engarzado con sus
definiciones
respecto de la Tercera Posición, hacía un llamamiento que muchos de sus
detractores han reconocido como de plena validez y al que no vacilo en
otorgar
vigencia actual; basta con soslayar algunas referencias puntuales a
episodios
de la época para advertir que la gran mayoría de los problemas siguen
presentes
–agudizados, por cierto- y que la oferta de soluciones no ha
envejecido.
El tres
veces Presidente de la Nación, trató en diversos capítulos la
dependencia de la
humanidad del medio en el que se desarrolla e hizo una síntesis de las
principales acciones dañinas, criticó al despilfarro masivo en el marco
de la Sociedad de Consumo, advirtió sobre el
espejismo tecnológico, detalló la pérdida de biodiversidad potenciada
por la
contaminación, lamentó la polución del agua potable, denunció cómo la
carrera
armamentista era lesiva de la producción de alimentos y postuló una
política
demográfica basada en criterios humanistas. El quicio de lo que
proponía (“Qué hacer”) pasa por una revolución
mental que encarrile armónicamente a las sociedades con su entorno y
finaliza
diciendo “la
Humanidad debe
ponerse en pie de guerra en defensa de sí misma. En esta tarea
gigantesca nadie
puede quedarse con los brazos cruzados. Por eso convoco a todos los
pueblos y
gobiernos del mundo a una acción solidaria”.[16]
Desde
algún tiempo atrás, se trabajaba en la
elaboración del
informe no oficial preparatorio de la Conferencia de
Estocolmo encargado por Maurice Strong (su Secretario General),
compilado en el
libro “Una sola Tierra” por Barbara
Ward y René Dubos[17]; en
este trabajo participaron 152 especialistas de 58 países, resumiendo en
sus
páginas un enfoque multidisciplinario pleno de información respecto a
los temas
que se tratarían en el concilio que se avecinaba. Celebraron los
ambientalistas
su título, una certera síntesis del concepto de biosfera.
Se
arribaba así a la primera cita global para el abordaje de un problema
hasta entonces dejado de lado, prueba de una ceguera que todavía
persiste en demasiados.
C.-
Qué hacía entonces el
Maestro Valls
Dejaré
la pregunta sin respuesta detallada, por innecesaria.
De
un lado, este Suplemento está destinado a honrar su memoria y en sus
páginas quedarán plasmadas sus infatigables acciones para que
disfrutemos de un
mundo mejor.
Del
otro, en su momento intenté resumir su trayectoria y no dudo en
transcribir aquél intento: “Querido
Don
Mario: según una norma suprema de un país hermano en cuya génesis con
seguridad
su larga prédica habrá puesto alguna semilla, entre otros principios
ético-morales se sostiene los de ñandereko (vida armoniosa) y teko kavi
(vida
buena) en la ivi maraei (tierra sin mal), lo que deriva en el qhapaj
ñan
(camino o vida noble). Le caben en grado sumo”.[18]
Por
todo ello, tengo la certeza de que para la Pachamama, a la que siempre
respetó con expresas menciones, figurará siempre entre sus preferidos.
*Profesor de
Posgrado (Facultad de Derecho –UBA-), Juez de Cámara en lo Criminal y
Correccional Federal (Jub.).
*
Profesor de Posgrado
(Facultad de Derecho –UBA-), Juez de Cámara en lo Criminal y
Correccional
Federal (Jub.), Directivo de ONGs ambientalistas
[1] Valls, Mario F. “Pasado, Presente y Futuro del Derecho
Ambiental”, en ‘Voces en el Fénix’, Ed. FCCEE-UBA 1:2 , Buenos
Aires, julio
2010, pp. 6/11
[2] Así, Worster,
Donald “La Era Ecológica” en
‘Transformaciones de la Tierra’, Coscoroba CLAES, Montevideo 2008, pp.
9/18
[3]
Síntesis en Ehrlich, Paul “The Population
Bomb”, Ballantine Books, New York 1968, íd. Curry-Lindahl,
Kai “Conservar para Sobrevivir. Una Estrategia Ecológica”,
Diana, México
DF 1972, esp. p. 383
[4] Ed.
original Oxford University Press, New York, 1949
[5] Ver Serafini,
Gustavo “El Legado de Rachel Carson”,
en ‘El Dial –Supl. de D. Ambiental-‘ 7/IX/2020, atisbos de esa postura
en
Carson, Rachel “El Mar que nos rodea”,
Grijalbo, Barcelona 1980 (ed. original en inglés “The Sea
around us”, Oxford Univ. Press, New York,
1951). Un compendio valioso en Nash, Roderick F. “The
Rights of Nature –A History of Environmental Ethics-“, The
Univ. of Wisconsin Press, London, 1989
[6] Omega, Barcelona,
1972; ed. original “Avant que Nature
meure”, Delachaux et Niestlé, Neüchatel, 1965
[7] Bowler, Peter J. “Historia Fontana de las ciencias ambientales”,
Fondo de Cultura Económica, México DF, 2ª. Ed. 2000, p.398
[8] Bowler, Peter J.,
op. cit. n.7, p. 406
[9]
Finquelievich, Susana et al “Ciencia
Ciudadana en la Sociedad de la Información, nuevas tendencias a nivel
mundial”,
Rev.Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y
Sociedad - vol. 9, núm. 27 (IX/2014), CTS, Buenos Aires, pp. 11-31
[10] Ver Costa, Mario G.
“Las Penas del Ambiente –la encrucijada
del momento-“, en ‘Suplemento de Derecho Ambiental”, El Dial,
Buenos Aires,
3/IV/2020
[11] Ver
“Use and conservation of the biosphere;
proceedings”, UNESCO 1970
[12] Vale el destacado,
porque esa limitación inicial –quizás justificada por muchas razones-
guarda
directa relación con muchas de las críticas a las que el estudio fue
posteriormente sometido
[13] Meadows,
Donella H. et al, Fondo de
Cultura Económica, México DF, 1972. Hay una revisión moderna: Meadows,
Donella
et al “Los Límites del Crecimiento, ed.
2012”, Taurus-Alfaguara, Buenos Aires 2012
[14] Ver Eardley-Pryor,
Roger “The Global Environmental Moment”,
Univ. of California –Santa Barbara-, VI/2014; tesis doctoral con nítida
conexión al trabajo de Serafini, Gustavo “Breve
historia del nacimiento del activismo ambiental y su vertiente radical”,
en
‘Supl. de Derecho Ambiental’, El Dial, 27/XI/2020 y omito referencias
al Día de
la Tierra por haber sido tratadas con detalle en ese interesante
artículo
[15] Disponibles ambas
en www.https://undocs.org/es/
[16] Es ubicable en
múltiples
ediciones, prefiero citar por su trascendencia académica la de ‘Ambiente y Recursos Naturales’, Rev. de
Derecho, Política y Administración (Dir. Dr. Guillermo J. Cano) vol. 1
no. 1,
La Ley, Buenos Aires, I-III/1984, pp. 107/111
[17] Fondo de Cultura
Económica, México DF; 1972 en simultáneo con la edición en inglés
[18] Costa, Mario G. “Las Penas del Ambiente: evaluar o disgregar
impactos”, en ‘Mario F. Valls,
Líber
Amicorum’ , Univ. del Museo Social
Argentino, Buenos Aires 2018, pp.
615/662; la cita corresponde al Art. 8.I de la Constitución
Política del Estado Plurinacional de Bolivia
Citar: elDial.com - CC6CE5
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