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Hitos de la concientización ambiental

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Copyright 2024 - elDial.com - editorial albrematica - Tucumán 1440 (1050) - Ciudad Autónoma de Buenos Aires - Argentina

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Hitos de la concientización ambiental

                                                                             

Por Mario Gustavo Costa*

  

Desgranar con exhaustividad los antecedentes relevantes de cómo se fue formando lo que hoy calificamos genéricamente de conciencia ambiental supera, es obvio, las pretensiones de este trabajo; pretendo, apenas, hilvanar ciertos datos con dos empeños enlazados en este Suplemento.

 

El primero, germinal, lo produjo el añorado Maestro Mario Francisco Valls cuando desde las primeras ediciones de esta página publicó referencias y efemérides imprescindibles para comprender dicha evolución, combinando las de índole internacional con las autóctonas. Por cierto, no era nueva su prédica sobre la importancia de ponderar aquellos antecedentes como vía para la comprensión de los problemas que se intentan dilucidar normativamente; a lo largo de toda su carrera y en cada etapa de su obra nos advirtió al respecto.  

 

Vale como muestra de lo antedicho un aporte suyo –una década atrás- a la discusión ambiental en el marco del Plan Fénix, donde aludió a sus por entonces ¡60 años! de debates con integrantes de ese colectivo y, por ende, “como uno de los pocos testigos directos que quedan” del tiempo transcurrido. Allí, otra vez, fundamentó su postura con abono de precisiones históricas conectándolas con la progresión del derecho en la época sobre la que se lanzaba a testificar.[1]

 

Sirvan estas líneas de homenaje a la memoria del pionero de nuestro Derecho Ambiental.

 

Y la posta, tomada por el colega Serafini al coordinar una sección especializada, viene apuntando a mostrar aspectos poco conocidos u olvidados de ese proceso; una tarea necesaria, habida cuenta de lo certero que resulta el aforismo según el cual no se puede valorar aquello que no se conoce (para el caso, en sus orígenes). En esta entrega procuraré revistar algunos jalones previos a la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano (Estocolmo, junio de 1972), bisagra nítida en la formación de la conciencia global.

 

A.- Las eclosiones de posguerra

 

Finalizada la Primera Guerra Mundial, el notorio repunte de la actividad económica  acompañado por la incorporación de tecnologías cuyo desarrollo las necesidades bélicas habían potenciado, repercutió con fuerza en transformaciones del entorno hasta entonces relativamente significativas o no advertidas. Los fenómenos de contaminación previos también se incrementaron, tanto como consecuencia de la intensificación de los procesos extractivos cuanto a través del aporte al ambiente de novedosas fuentes, en especial productos sintéticos sobre los que el conocimiento incipiente no permitía determinar su alcance lesivo.

 

No cabe soslayar la resonancia que tuvieron al respecto las experiencias de uso militar de la energía atómica, a punto tal que se ha señalado a la prueba de Alamogordo (Nuevo México, 16 de julio de 1945), como fecha de inicio de la Era Ecológica.[2]

 

Esa dinámica provocó preocupaciones encaminadas a precisar los deterioros que se notaban ostensiblemente, así como la elaboración de programas y normativas que los restringieran, incluso consolidando los que la contienda había dejado en vilo. Las dos décadas siguientes fueron delineando la tensión entre el modelo tendente al progreso ilimitado y los toques de alerta respecto de sus consecuencias indeseadas. Sirva el ejemplo de la llamada Revolución Verde que encabezara Norman Borlaug con la aplicación intensa de agroquímicos y el respaldo de la Fundación Rockefeller, confrontada con los estudios críticos que empezaban a verificar que no todo era tan verde o sencillo como se pregonaba.[3]

 

Dado el sentido en el que confluyen las notas de esta edición, parece adecuado iniciar la reseña propuesta con la ratificación por la Argentina de la Convención de Washington para la Protección de la Flora, Fauna y Bellezas Escénicas Naturales de los países de América (1940), efectuada el  5 de agosto de 1946 cuando ya el joven Valls manifestaba sus inquietudes en la Facultad de Derecho –UBA-; precedente de trascendencia, habida cuenta que las generalidades contenidas en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (ONU 1948) no tocaron la arista ambiental, por más que ciertas voces intenten forzar su texto con interpretaciones implícitas. Para la época representó un avance significativo; muchas de sus definiciones abrieron sendas en temáticas como la declinación de especies por acción antrópica, la afectación de las migraciones animales, el deterioro de ambientes naturales acompañado del compromiso de “mantener las reservas de regiones vírgenes inviolables en tanto sea factible” y un entramado de cooperación internacional novedoso.

 

Con una mirada de gran amplitud desde su condición de primer Director General de la UNESCO, Julian Huxley promovió en Fontainebleu, Francia, un congreso que en octubre de 1948 derivó en la creación de la hoy Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN, su denominación tuvo variaciones), organización que en el marco de las Naciones Unidas congrega a gobiernos, organismos internacionales, ONGs, asociaciones científicas y empresarias, etc. Es considerada la entidad ambiental más avanzada del mundo y su incidencia en la adopción de varias convenciones internacionales, así como la creación de las hoy comunes Listas Rojas de especies, merecería un análisis más detallado que el aquí posible.  Destácase que ya en 1949 cobijó a una Conferencia Técnica Internacional sobre Protección de la Naturaleza (Lake Success, EEUU) que contó con 604 participantes.

 

Mario F. Valls se apartaba de banderías políticas a la hora de sus críticas jurídicas; ponderaba en su obra las cláusulas tuitivas del ambiente en la Constitución Nacional de 1949 (esp. arts. 38 y 68 inc. 11), norma fundamental que muchos currículos universitarios soslayan a contrario de la nítida honestidad intelectual del maestro.

 

El mismo año se producía la publicación póstuma de “A Sand County Almanac” de Aldo Leopold[4], propulsor de la Ética de la Tierra que definía sin medias tintas al decir “Una cosa está bien mientras tiende a preservar la integridad, estabilidad y la belleza de la comunidad biótica. Está mal, si tiende a hacer lo contrario”. A su prédica se debe en buena medida que años más tarde se institucionalizara –con matices y diferentes modalidades- el Día de la Tierra.

 

Siguieron progresos científicos que fueron posicionando a la Ecología como rama notable de la Biología; los datos que así afluían motivaron manifiestos de alerta cuya portavoz primaria fue Rachel Carson a través del famosísimo libro “Primavera Silenciosa”.[5]  Por necesaria síntesis, seleccionaré sólo una obra más entre las que estimo trascendentes en esa etapa, eligiendo “Antes que la Naturaleza muera”, de Jean Dorst[6], autor que se desempeñaba en el Museo de Historia Natural de París; con profusión de referencias acerca de la incidencia humana en el entorno natural desde la Prehistoria, señaló peligros y sugirió correctivos. Ambos trabajos formaron parte de una cohorte que trasladaba a un público mucho más amplio el producto de investigaciones antes reservadas al laboratorio y que, adentradas en profundizar la comprensión de la urdimbre de la vida en todas sus formas, sacaban a la luz multiplicidad de situaciones dañosas hasta para la propia subsistencia humana.   

 

Una visión simplista –frecuente- pasa por omitir los intensos contrapuntos iniciados durante los años ’60 del S. XX  que agitaron el seno de la comunidad científica al abordar estas materias. En palabras de un historiador de la materia “fueron tiempos de grandes emociones en el desarrollo de la ecología…pero de hecho la expansión generó la fragmentación y el debate antes que la unidad de objetivo. La ecología se dividió en numerosas escuelas de investigación con diferentes perspectivas teóricas, cada una de las cuales era crítica violenta de sus oponentes. Los naturalistas de campo seguían mostrándose suspicaces hacia las matemáticas, mientras que los propios matemáticos discrepaban entre ellos acerca de los mejores modelos que podían utilizarse”.[7] Y sería ingenuo no advertir que esas fisuras incidieron, e inciden, en los conflictos sobre la cuestión ambiental que son objeto de discusión desde entonces; tampoco cabe soslayar que muchos actores, interesados en perpetuar el estado de cosas por motivos generalmente asociados a la ventaja económica y/o la posición política, se han aprovechado jugando a una suerte de gattopardismo ecológico.

No obstante, aquél auge investigativo generó un efecto ampliatorio enorme en la conciencia sobre la problemática del ambiente, consecuencia que para el mismo especialista citado desembocará en desenlaces más auspiciosos ya que “si los ecologistas tienen la razón (como la mayoría de nosotros sospecha), las presiones profesionales y las empíricas se combinarán para forzar a los científicos a tomar la dirección de las teorías que incorporen una actitud más responsable hacia la naturaleza”.[8] Parecería que es lo que hoy en día se viene dando y me permito apuntar que el moderno aluvión de la llamada Ciencia Ciudadana, definida como “la participación de ciudadanos legos en proyectos científicos[9], implica un giro copernicano en ese ámbito.

 

Además, el sacudón a los actuales modos de vida representado por la pandemia del COVID-19 que padeceremos durante cierto tiempo no fácil de predecir, sugiere aventurar con cautela que esa tendencia debería consolidarse.[10]

 

B.- Los preparativos para Estocolmo

 

Mediada la década de 1960 aparecía en el horizonte, fuere por propuestas explícitas o latentes en variados trabajos, la necesidad de llevar al terreno del debate internacional los problemas graves de afectación al medio ambiente. Algunos de ellos acarreaban largos lapsos de discusión jurídica, más de una vez en el marco de conflictos serios entre los Estados. Vale, como ejemplo mayúsculo, el de la Convención de Derecho del Mar, desde la incipiente tentativa de la Sociedad de Naciones y la Conferencia de La Haya en 1930, pasando por el proyecto del Comité Jurídico Interamericano (1952) hasta la convocatoria de las Naciones Unidas a la Ia. Conferencia sobre Derecho del Mar (Ginebra 1956), cuyos resultados medianamente positivos expresados en posteriores convenciones parciales no cabe detallarlos aquí.

 

Otros ejemplos de esa laya podemos hallarlos en la Convención para la Regulación de la Caza de Ballenas (Washington 1946), o la Convención para la Protección de Humedales de Importancia Internacional (Ramsar, Irán, 1971) impulsada por la UICN. Documentos ciertamente valiosos, pero al mismo tiempo demostrativos de que se adolecía de acuerdos mucho más amplios y significativos.

 

Para 1968 la UNESCO iniciaba la marcha en París con la Conferencia Internacional de Expertos sobre Bases Científicas para el Uso Racional y Conservación de los Recursos de la Biosfera[11], que en 1972 culminaría con la creación del Programa del Hombre y la Biosfera (Programa MAB).

 

En el Simposio de Naciones Unidas sobre la Desorganización del Medio (Tokio 1970), surgieron con nitidez las controversias respecto a las causales económicas, estructurales o no según las diversas tesituras, del deterioro ambiental. La urgencia de una convocatoria global se hacía sentir entonces con mayor rigor.

 

Fue en agosto de 1970 que el Club de Roma, entidad que se definía como “un grupo de ciudadanos de todos los continentes, preocupado por el creciente peligro que representan los muchos problemas interrelacionados que encara la Humanidad” encabezado por el empresario italiano Aurelio Peccei, encomendó a un equipo del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), desarrollar un estudio acerca de las tendencias e interacciones de un número limitado de factores que amenazan a la sociedad global.[12] Producto de esa encomienda resultó el informe Sobre los Límites del Crecimiento[13], centrado en el análisis de los aumentos exponenciales de la población y la economía mundiales, así como de numerosas variables que incidirían en la problemática (v. gr. recursos no renovables, creciente contaminación, etc.). Su difusión, así como el predicamento de quienes lo firmaban y el grupo sustentador, tuvieron relevante incidencia en los debates de Estocolmo. Escapa al espacio disponible una reseña más precisa, que espero hacer en otra entrega.

 

Un mojón poco conocido de esta secuencia lo constituyó la Declaración de Menton (Francia) que entre 1970 y 1971 apoyaron muchísimos científicos y pensadores de las más diversas disciplinas, proponiendo el entendimiento pacífico universal en armonía asimismo con el entorno. Partió del Grupo Dai Dong, creado por el pacifista norteamericano Alfred Hassler sobre la base de un concepto chino cuya traducción se discute (sería para unos “un gran mundo, una familia”, para otros “hermano hombre”). Los postulados de ese manifiesto han sido acogidos por diversas corrientes de la filosofía con cuño ambientalista, algunas muy extremas.[14]

 

Mientras tanto, se realizaron una serie de reuniones de especialistas, como el Simposio sobre Problemas Relativos al Medio (Praga, mayo de 1971, Comisión Económica para Europa), o la del Grupo de Expertos sobre el Desarrollo y el Medio (Founex, Suiza, junio de 1971), además de conferencias regionales en la mayoría de los continentes, convergentes a la reclamada necesidad.

 

Y por fin el 20 de diciembre de 1971, la Asamblea de las Naciones Unidas dictó la Resolución 2850 (XXVI Período de Sesiones), aprobando el programa provisional generado por el Secretario General para la 1ra. Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano (CNUMH) junto a un necesario complejo de recaudos organizativos.

 

En la misma fecha se aprobó la Resolución 2849, que formuló de modo más imperativo –o programático, según se lo vea- una impresionante lista de directivas ambientales, entroncando por primera vez en la Historia a la salvaguarda ambiental con las políticas de desarrollo; sus considerandos anudan los antecedentes más importantes de manera contundente y, en mi opinión, la mera observancia de esas pautas en un grado razonable habría ahorrado a nuestro planeta –y a sus pasajeros, humanos o no- enormes padecimientos.[15]

 

Uno de los antecedentes nos toca de cerca a los argentinos. Meses antes de la CNUMH, desde el exilio en Madrid, el General Perón lanzó su Mensaje Ambiental a los Pueblos y Gobiernos del Mundo (21/II/1972) en el que engarzado con sus definiciones respecto de la Tercera Posición, hacía un llamamiento que muchos de sus detractores han reconocido como de plena validez y al que no vacilo en otorgar vigencia actual; basta con soslayar algunas referencias puntuales a episodios de la época para advertir que la gran mayoría de los problemas siguen presentes –agudizados, por cierto- y que la oferta de soluciones no ha envejecido.

 

   El tres veces Presidente de la Nación, trató en diversos capítulos la dependencia de la humanidad del medio en el que se desarrolla e hizo una síntesis de las principales acciones dañinas, criticó al despilfarro masivo en el marco de la Sociedad de Consumo, advirtió sobre el espejismo tecnológico, detalló la pérdida de biodiversidad potenciada por la contaminación, lamentó la polución del agua potable, denunció cómo la carrera armamentista era lesiva de la producción de alimentos y postuló una política demográfica basada en criterios humanistas. El quicio de lo que proponía (“Qué hacer”) pasa por una revolución mental que encarrile armónicamente a las sociedades con su entorno y finaliza diciendo “la Humanidad debe ponerse en pie de guerra en defensa de sí misma. En esta tarea gigantesca nadie puede quedarse con los brazos cruzados. Por eso convoco a todos los pueblos y gobiernos del mundo a una acción solidaria”.[16]

 

Desde algún tiempo atrás, se trabajaba en la elaboración del informe no oficial preparatorio de la Conferencia de Estocolmo encargado por Maurice Strong (su Secretario General), compilado en el libro “Una sola Tierra” por Barbara Ward y René Dubos[17]; en este trabajo participaron 152 especialistas de 58 países, resumiendo en sus páginas un enfoque multidisciplinario pleno de información respecto a los temas que se tratarían en el concilio que se avecinaba. Celebraron los ambientalistas su título, una certera síntesis del concepto de biosfera.

 

Se arribaba así a la primera cita global para el abordaje de un problema hasta entonces dejado de lado, prueba de una ceguera que todavía persiste en demasiados.

 

C.- Qué hacía entonces el Maestro Valls

           

Dejaré la pregunta sin respuesta detallada, por innecesaria.

 

De un lado, este Suplemento está destinado a honrar su memoria y en sus páginas quedarán plasmadas sus infatigables acciones para que disfrutemos de un mundo mejor.

 

Del otro, en su momento intenté resumir su trayectoria y no dudo en transcribir aquél intento: “Querido Don Mario: según una norma suprema de un país hermano en cuya génesis con seguridad su larga prédica habrá puesto alguna semilla, entre otros principios ético-morales se sostiene los de ñandereko (vida armoniosa) y teko kavi (vida buena) en la ivi maraei (tierra sin mal), lo que deriva en el qhapaj ñan (camino o vida noble). Le caben en grado sumo”.[18]

 

Por todo ello, tengo la certeza de que para la Pachamama, a la que siempre respetó con expresas menciones, figurará siempre entre sus preferidos.



*Profesor de Posgrado (Facultad de Derecho –UBA-), Juez de Cámara en lo Criminal y Correccional Federal (Jub.).



* Profesor de Posgrado (Facultad de Derecho –UBA-), Juez de Cámara en lo Criminal y Correccional Federal (Jub.), Directivo de ONGs ambientalistas

[1] Valls, Mario F. “Pasado, Presente y Futuro del Derecho Ambiental”, en ‘Voces en el Fénix’, Ed. FCCEE-UBA 1:2 , Buenos Aires, julio 2010, pp. 6/11

[2] Así, Worster, Donald “La Era Ecológica” en ‘Transformaciones de la Tierra’, Coscoroba CLAES, Montevideo 2008, pp. 9/18

[3] Síntesis en Ehrlich, Paul “The Population Bomb”, Ballantine Books, New York 1968, íd. Curry-Lindahl, Kai “Conservar para Sobrevivir. Una Estrategia Ecológica”, Diana, México DF 1972, esp. p. 383

[4] Ed. original Oxford University Press, New York, 1949

[5] Ver Serafini, Gustavo “El Legado de Rachel Carson”, en ‘El Dial –Supl. de D. Ambiental-‘ 7/IX/2020, atisbos de esa postura en Carson, Rachel “El Mar que nos rodea”, Grijalbo, Barcelona 1980 (ed. original en inglés “The Sea around us”, Oxford Univ. Press, New York, 1951). Un compendio valioso en Nash, Roderick F. “The Rights of Nature –A History of Environmental Ethics-“, The Univ. of Wisconsin Press, London, 1989

[6] Omega, Barcelona, 1972; ed. original “Avant que Nature meure”, Delachaux et Niestlé, Neüchatel, 1965

[7] Bowler, Peter J. “Historia Fontana de las ciencias ambientales”, Fondo de Cultura Económica, México DF, 2ª. Ed. 2000, p.398

[8] Bowler, Peter J., op. cit. n.7, p. 406

[9] Finquelievich, Susana et al “Ciencia Ciudadana en la Sociedad de la Información, nuevas tendencias a nivel mundial”, Rev.Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Sociedad - vol. 9, núm. 27 (IX/2014), CTS, Buenos Aires, pp. 11-31

[10] Ver Costa, Mario G. “Las Penas del Ambiente –la encrucijada del momento-“, en ‘Suplemento de Derecho Ambiental”, El Dial, Buenos Aires, 3/IV/2020

[11] Ver “Use and conservation of the biosphere; proceedings”, UNESCO 1970

[12] Vale el destacado, porque esa limitación inicial –quizás justificada por muchas razones- guarda directa relación con muchas de las críticas a las que el estudio fue posteriormente sometido

[13] Meadows, Donella H. et al, Fondo de Cultura Económica, México DF, 1972. Hay una revisión moderna: Meadows, Donella et al “Los Límites del Crecimiento, ed. 2012”, Taurus-Alfaguara, Buenos Aires 2012

[14] Ver Eardley-Pryor, Roger “The Global Environmental Moment”, Univ. of California –Santa Barbara-, VI/2014; tesis doctoral con nítida conexión al trabajo de Serafini, Gustavo “Breve historia del nacimiento del activismo ambiental y su vertiente radical”, en ‘Supl. de Derecho Ambiental’, El Dial, 27/XI/2020 y omito referencias al Día de la Tierra por haber sido tratadas con detalle en ese interesante artículo

[15] Disponibles ambas en www.https://undocs.org/es/

[16] Es ubicable en múltiples ediciones, prefiero citar por su trascendencia académica la de ‘Ambiente y Recursos Naturales’, Rev. de Derecho, Política y Administración (Dir. Dr. Guillermo J. Cano) vol. 1 no. 1, La Ley, Buenos Aires, I-III/1984, pp. 107/111

[17] Fondo de Cultura Económica, México DF; 1972 en simultáneo con la edición en inglés

[18] Costa, Mario G. “Las Penas del Ambiente: evaluar o disgregar impactos”,  en ‘Mario F. Valls, Líber Amicorum’ , Univ. del Museo Social Argentino, Buenos Aires 2018, pp. 615/662; la cita corresponde al Art. 8.I de la Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia

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